La sequedad y el vestigio de los años estaban plasmados en el rostro de aquel anciano, sus ojos eran ocultados tras unas gafas de cristal y algunas arrugas, tenía unos zapatos marrones a su justa medida; desde la lejanía ya se podía vislumbrar la sabiduría de aquel anciano. Anduvía hora tras hora en busca de conocimiento, calle tras calle, se paraba a observar cualesquiera de los ambulantes de aquellas vías baradas en la arena de la playa de la soledad. El anciano dispuesto y preparado iba a batirse en duelo con la escarcha de la güadaña; el decrépito y tambaleante anciano sentía la respiración de la muerte tras sus pasos.
Una voz le dijo:- ¿Qué pretendes con tus actos? No serviran de nada, todos y cada uno de mis oponentes acaban en la cama de su desdicha...
- A lo que el anciano respondió- No te tengo ningún miedo, tus palabras se caen al suelo y acaban convertidas en cenizas, me he encontrado contigo ya varías veces y ninguna de todas ellas me has sorprendido lo más minimo.
- Ni siquiera sabes a que te enfrentas y te predispones a juzgarme anciano rastrero...- dijo la voz entre choques de huesos y rechines de dientes putrefactos.
- No, ni te juzgo ni me enfrento a tu inquietud, pero no te preocupes tengo más conocimiento que tú, mercenario de la agonía.
- De veras lo crees, ¿Qué te hace pensar tal especulación?...
- Tus palabras no son gratas para los oidos de mi ser así que ya te puedes marchar -Respondió el anciano con tono elocuente.
- Como desees huésped de la ancianidad, pero la proxima vez no llamaré a la puerta de tu rencor, solo te daré con tal certeza que tu conocimiento y sabiduría serán drenados por la máquina de mis pensamientos.
El anciano al cual le pesaba su labia.
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