martes, 3 de septiembre de 2013

20 años de vueltas solares.


Dicen que veinte años no es nada, poco para muchos pero para mi es mi vida entera. He conocido el amor, así como el dolor bien distanciado de él, la melancolía más brava que quizá dentro de otros veinte años sea la más barata. He aprendido a besar, a saber enfadarme, a jugar y a saber cuando parar; he visto también a mi cuerpo madurar y he sabido cobijar al pensamiento pueril e inocente que engalana el niño interior que dentro llevo.

Aprendí a amar y a perfeccionar ese tipo de sentimiento, todo para darlo, como recibirlo y claramente, hacerlo. He confrontado juicios dolorosos que se hundían en mi como la metralla de guerra verbal más iracunda, me sometí a muchas pruebas, he sabido engordar y adelgazar, así como querer e intentar no despreciar.

He sido rechazado y también aceptado, repudiado por algunos que sin motivo o con los suyos me increpaban, y querido por muchos que con abrazos mis brazos han recibido. He conocido más gente de la que he olvidado, he notado apoyo a mi lado y también desgraciadas puntiagudas zancadillas.

Media vida he escrito y más que hubiera podido y deseado habiendo borrado largos parones esquivos, también hubiese progresado más aún de lo que ahora ya soy en este campo; pero el hombre no es carpintero de una herramienta sola y no voy a desperdiciar mi vida comentando errores y fallas del pasado. 

He estudiado mucho, pero nunca lo innombrable, cada hora de estudio ha sido acompañada por festejos que marcan el dial de lo lindo a lo denigrante. Amistades he entablado, algunas de ellas cayeron en un tenue pero gustoso recuerdo resumido en un momento, que engarza años de mutuo conocimiento, ya fuera en instituciones y facultades o en un banco de algún parque.

He despedido a familiares y dado la bienvenida a otros, he aprendido a vivir haciéndome fuerte por momentos sin jamás ser insensible, ya que siempre que mi cuerpo y mente eran fortalecidos por la experiencia, sabía que amor y verdad existían, que no se han de confundir ni de manchar con otros sentimientos menos ilustres.

Lo mejor es que algún día diré que veinte años no es más que nada y leeré este texto tan humilde como el polvo.

Moraleja 39: "Los años pasan al mismo tiempo que la materia de la que estamos hechos se encamina a la podredumbre, pero las experiencias quedan marcadas en el tiempo infinito".

Gracias. Carlos García.

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