Llueve, y de repente, las personas no son personas, por que la prosa que exhalan las apalabran. Sopesan, dudan, y las palabras no son palabras. Las letras se deforman por dicción crónica, y se escupen de la boca, lapidando una sobre otra. Palabras cargadas, pesadas, que acometen silencios sepulcrales; o palabras vacías, carentes, que huelen a insuficiencia.
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