Empecé a pensar en escribir esta entrada a raíz de una clase de filosofía sobre la madurez, es cuando me pregunté a mi mismo "¿Me gustaría caer del árbol o me quedaría agarrado de las ramas para sabotear a la madre tierra hasta sus propias raíces?" Una de las respuestas de mi interior fué; "No, no me gustaría ser aplastado por mi propio peso contra el suelo" y otra de ellas "Me encantaría vivir la experiencia de ser recogido por un jornalero campestre de la vida". Al rato pensé que eso de ser maduro acarreaba sus problemas, debería extender mi vocabulario, ser más educado, responsable y correcto debería peinarme, saludar a la gente educadamente, abrirle la puerta a las señoras en el banco; porque si soy maduro, debería tener cuenta corriente en el banco, sacaría dinero para ir a almorzar a un lujoso restaurante con mi amada esposa. Ahora pienso que la vida de una oveja más del rebaño no me es muy agradable, sino más bien monótona, absurda e incoherente, por eso el título de esta reflexión, la madurez es inmadura, no llegas a vislumbrar que hace poco fuiste un simple niño con ganas de volar a otro lugar donde reine la paz; pero al final solo acabas convirtiendote en un peón más de una industria cruel y sin futuro. La madurez no la marca el tiempo que uno esté en el suelo, sino el tiempo que uno permanezca unido a su árbol, porque la inmadurez es atrevida por el hecho del salto hacia la libertad y el impulso hacia una nueva vida madura la cual podrá dar sus frutos por si solos como por arte de magia. Espero no ser una fruta agria, porque para ser maduro necesito tener buen sabor y deleitar al catador que pruebe ésta mi fruta, para poder hacer temblar a la misma tierra con mi llegada al paraíso de una nueva vida y a la ida de este mi tren para emprender el viaje al ser que nos guía por esta nuestra vía hacia un nuevo amanecer.
Gracias. Carlos García Claros.