miércoles, 1 de mayo de 2013

La Mujer de los Mil trazos.


(A Lady Godiva y a sus reencarnaciones)

Quizás viviste hace unos diez siglos y con tú caballo voraz de inmortalidad moriste con el tiempo, pero me gusta buscar tu alma en los ojos de la gente de este mi tiempo. Encuentro algo especial en ti, en esos dedos manchados de simpatía y esa fragancia que deja tu masa pictórica hecha carne al pasar por esos recovecos que habitan en la profundidad de mi mente. 

Tu piel perforada por la angustia deleita el sentir de cualquiera que te nombre o te escriba, pues cuento eres y en moraleja de ti me he convertido. Yo, que plasmo la remembranza de tu pasado, de tu montar a caballo, de tu poesía hecha forma en tú mirada, en tu gesto, al igual que esa prosa de filigrana que mora en tu cabello.

¿Cuántas como tú ha habido? ¿Cuántas como vos han existido? Cientos o quizá miles, pero no, tu alma es tan única como un universo que en su perpetuación transmigratoria piensa. Mil años no es nada, pues en este momento puedo estar junto a ti, y por mucho que la verdad me muestre que de tu ente no queda ni el polvo que dejó el olvido de tus cenizas, puedo palpar tu piel que como mineral pulido agrada a la vista, al tacto y al más profundo sentido.

Te tengo y en ese momento ni esa inmensidad de años nos separa, pues vives en el alma de los hombres y en el hondo corazón de las mujeres. Te reconozco, veo tu breve sonrisa de gesto atávico que de mí no deja ni ser ni vestigio. Soy prodigio por poder conversar contigo, escuchar tus palabras pasear por mi oído y sentir tu interno palpitar al un abrazo dar y así olisquear tus latidos. 

No hay razón para soñar, pues tú que habitas en el sueño de cualquiera sabes escuchar la fuerza que esta realidad detiene y que tu reencarnación en esta mi época retiene.

Épico es tu rostro que evoca tu propio recuerdo que yace en la cuna de mi muerto olvido, pues siempre en mi memoria habitas sin ni siquiera preguntarme. Tan especial en la historia eres que no pudiste hacer otra cosa que por ti repetirte, y te quiero mi musa que con renovación haces de mi intelección por ti, manifestación.

Mi amor se pregunta el quehacer cuando el deseo sucumbe mis pasiones en un amanecer de estupor que ansía con una fuerza opulenta rozar el litoral de tus labios con la playa de mi cariño. Arcaico hubiera querido haber nacido, pues junto a ti de la mano hubiese ido. Pero ida esta mi alma que con la reencarnación de ti, es decir, contigo, se reeduca y aprende de tus pasos en sigilo. 

Un silencio que en textos se plasma pero que en realidad quiere ser grito, pues sé que tú no eres solo una leyenda o mito, y aunque no impertérrito me halle ante las desdichas de la vida, tu me enseñas ha tener paciencia con la espera y dulce aroma de tu esencia.

Sentir en ti se hace querer, pues yo al mirarte poseo el poder de comprender, el inaprensible sentido que rodea mi existir que tus dulces manos derraman sobre mí. Y no es baladí todo esto que aquí escribí, puesto que viví experiencias que me demostraron lo que por ti siento y sentí. 

Quisiera ser el espejo infinito donde tus ojos insondables se miran con querencia, donde carece la carencia y abunda la riqueza. Estaré contigo allá donde no habite ninguna aspereza y todo sea dulzura, nobleza y delicadeza.


Moraleja 35: "El tiempo puede separar el cuerpo y el recuerdo, pero jamás podrá separar el alma y el espíritu".

Gracias. Carlos García.


No hay comentarios:

Publicar un comentario