Mi corazón ya se desvirgó años atrás, lo cortó una mirada, seca, que sin reparos pudo hacer de mi corazón un campo yermo. Una mirada que enjuagada en lágrimas compartía lo mismo que yo, pero que era tan distante a mí que me hizo entender que aquello que veía no me correspondía, claramente, de ninguna manera.
Poco después, (o eso cuenta mi corta historia) otro ser que de la nada surgía, vino ante mí; tierno, dócil, fuerte, primerizo, pero frágil, tan frágil como el cristal fino que se parte al caerse, tan breve como un ese resplandor que deja el rayo. Me decía que no era fugaz frente a un panorama de estrellas inolvidables, pero por errores que hube de cometer, fugaz se hizo, y se alejó como un cometa que jamás regresaría, diciéndome adiós en la distancia y engendrando su propio olvido en mi memoria.
No tenía morada en la que acurrucarme como amante, un beso me lo podía dar cualquiera pero estabilidad emocional, ninguna. Aprendí lentamente a satisfacerme, comprendí que las cosas tienen su ritmo y que cuando menos lo esperas, puede cambiarse todo. Turbulencias hube de dar y, por supuesto, hube de recibir.
Más allá del tiempo y el espacio emergió de este destino mío, una musa que complació cualquier deseo que se me planteara, (al menos al principio). Un beso que para recordar, eterno empapó mi alma, una fuerza y un intelecto férreo, un cautivar excelente; sin embargo, todo muy aparente. Mi físico se enalteció al igual que mi seguridad, y largas tardes y lejanos lugares colmaron esa curiosidad tanto mental como sexual que mi cuerpo me pedía. Pero todo pudo truncarse con una tormenta, un suceso, una distancia; un enigma que marcó el final de algo que ahora ya no era.
Fue el final, y vagando por antiguos resquicios que pude recordar, retomé y profundicé en lugares extraños que tampoco mi corazón olvidará. Pero de todos y cada uno de ellos mi alma fue defenestrada, sin que nadie pudiera consolar este ímpetu que de mi nacía. La tranquilidad llegó de nuevo, y la calma se estableció como ese silencio que en una noche cualquiera pudiera provocarse.
Aún queda más. De la nada surgió un huracán, una fuerza magnánima de besos y caricias, de palabras bien dichas, de sentires bien anclados, de encajes bien bordados. Tan pronto como aquello se hizo, mi "yo" se deshizo en él, se dejó llevar, y jamás sentí algo tal anteriormente. Bendito amor que me brindaste esta gran oportunidad, de volver a conocerte con otra cara aún mejor que la anterior, con otra forma aún más peculiar, con otro sentido, aún más sentido y con otro amor, y otra forma de amar.
Gracias. Carlos García Claros.
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