jueves, 3 de septiembre de 2009

Mi viaje al Yucatán.

Hace miles de años, me embarqué en una aventura algo más que arriesgada, por aquellos entonces yo vestía con ropa de marinero; nuestro grupo era algo parecido a una troupe de piratas. Yo era la mano derecha del capitán en la cual sujetaba una espada plateada que había heredado de su padre, ibamos en dirección a la península del Yucatán ya que se rumoreaba de la presencia de oro; pero yo iba allí no solo para coger oro sino para ver las culturas de indígenas que habitaban en esas tierras remotas. A los meses del desembarco llegamos al Yucatán después de haber perdido a dos hombres después de una fiebre que se propagó por casi todos mis camaradas por la presencia de ratas que había en el barco. Al llegar a esas tierras lejanas fuimos en busca de las legendarias pirámides de las cuales hablaban muchos viajeros; después de horas en el constante y denso bosque que rodeaba ese magnífico poliedro, nos dimos cuenta de que la tierra y el clima habian cambiado; la tierra ya no era fangosa sino verde y estable y no llovia ininterrumpidamente como en el bosque, de entre las nubes asomaba la cresta del sol. Encontramos una civilización, los Mayas creo recordar, las pirámides eran perfectas, nos acogieron como si de sus propias familias se tratara. Al caer la noche y al asomar la luna su cara en el infinito firmamento, los Mayas empezaron a cantar y a bailar, creimos por un momento que estaban locos por los movimientos que hacian, pero de pronto una luz emergía de la pirámide, no era fuego, era energía, algo que nunca habiamos visto; un rayo de luz inmenso se alzó hacia el cielo como si de una llamarada infinita de fuego estuviera ante nosotros, sentimos que nuestro palpitar del pecho iba cada vez más rápido; ni siquiera se distinguía el silencio entre los latidos, toda nuestra troupe empezó a sudar, la hierba verde mostró un color rojizo como si un ascua fuera. La fragua de la pirámide llegaba al infinito del cielo, todo cesó por un momento y de repente vimos una gran esfera de luz en el cielo que se dirigía directamente a la piramide, y aquel monumento absorvió toda la luz blanca que provenía del propio cielo. Mis camaradas hecharon a correr y se perdieron en el bosque, pero yo me quedé ahí en la hierba rojiza paralizado por lo que acababa de ver, me hicieron todo tipo de ceremonias, cada noche ese rayo de luz salía de la pirámide y volviá a ella y cada vez me parecía más normal. Aprendí su idioma y me explicaron que la pirámide eran un recéptaculo de energía divina procedente de un lugar tan remoto como hermoso. Después de un par de décadas decidí volver a mi tierra natal, había estado trabajando en un barco muy resistente, cuando llegara a mi tierra contaría todo lo que había visto y les propondría a mis camaradas llevarlos de vuelta allí, el único problema esque solo de toda la tripulación quedaba uno vivo, el cual me explicó que fueron atacados por indígenas de unas tierras lejanas y que los demás que estaban heridos perecieron al llegar; le conté todo lo que sabía sobre sus calendarios, sincronarios y sus energías, le propuse de montar una tripulación para volver al Yucatán; el aceptó ya que quería volver a ver ese haz de luz dirigiendose al cielo. Después de cuatro años nos pusimos en marcha, al acabar un largo viaje llegamos por segunda vez al Yucatán, pero cuando fuimos a la pirámide nos la encontramos llena de musgo repleta de plantas, los Mayas habían desaparecido, todo se había esfumado, sus campamento aún estaba allí montado, se veía los rescoldos ya apagados de su campamento llenos de musgo. Comprendí que jamás tendría que haber ido para mi tierra así que me quedé a vivir allí, cada noche era una copia de la anterior, pero sin ritos, sin ceremonias, sin luz, sin energía, todo se esfumó inclusó mi propia vida en el breve paso de los años.

Gracias. Carlos García Claros.
Cosas de reencarnaciones.

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