martes, 23 de agosto de 2011

Gaia, un amor imposible.


Cada hoja es un detalle de tu belleza, cada rama, un carácter distintivo. Tu primavera, tu aroma, la inspiración de los poetas, el cantar de cada juglar, cada texto mío en tu seno escrito. En otoño, tú pardo colorido y tú desnudez arbórea me cautiva, al igual que el sonido de cada hoja al caer y tú suelo tocar. Mirada verde que enamorado a cualquiera deja, aroma suave que proviene de lo más profundo de tu cósmico espíritu. Tierra que sembrar, todo tú lo das, te quiero, generosa madre universal que por novia cualquiera quisiera tener. Tu pelo son árboles y tus venas raíces, tu sangre savia y agua tu paladar. Arcoíris como corona, como manto para el frío invierno de tu norte mapa, el contrario de tu interior, basado en roca, hierro y calor. Animales y especies hijos tuyos son, convivimos en ti, preciosa dama de flor y color. De selva es tu corazón, pulmones de taiga, latir, tu respiración. Guiño de luz, reflejo solar, cortezas que mi pensamiento envuelve, fruto comestible que mi vientre con vitamina cura y sana. Reina del espacio cercano que hace iluminar a la más densa oscuridad, deidad sideral a la que es imposible ignorar. ¿Por qué maltratamos tu cuerpo? ¿Por qué te repartimos? ¿Por qué incineramos tu belleza? Los nativos tenían la verdad, porque te tenían de compañera, de amiga, de gran espíritu al que amar, pero ahora se devasta tu rostro que nunca perderá su antidiluviana divinidad. Tierra que alimenta a todo ser vivo, agua milagrosa, mi diosa; Gaia, mi amor platónico, tú musitar de hadas, quisiera descansar entre tus naturales ramas y hojas, cama esponjosa y confortable que en tu boca una sonrisa amable pone. Cuna de vida humana, en tu pecho yo resido, entre montañas el amor se halla junto con tu sabiduría más absoluta.

Gracias. Carlos García Claros.

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